jueves, 24 de septiembre de 2009

Ensayo periodístico por Julia Kendziur

Honduras: hoy la democracia no hace reverencia

Después de casi tres meses de la expulsión del presidente constitucional de la República de Honduras, el mismo pudo volver a su patria tan golpeada. El pueblo no se esconde, no baja la cabeza y la democracia se arropa de paz defendiendo lo que es suyo.
Honduras, pequeño país del centro americano, sufrió hace casi tres meses el primer golpe de Estado del siglo XXI en América Latina.
La república que había reafirmado Manuel Zelaya se distanciaba mucho de las manos que habían sostenido Honduras años antes. Ésta pasaba por un momento de progreso, ya que el gobernante en sus casi cuatro años de mandato logró disminuir la pobreza dignamente, factor determinante y característico de los pueblos sudamericanos.
El clima hondureño empezó a tomar color de hormiga cuando Zelaya propuso una política de “Poder ciudadano”, la cual ponía de manifiesto formas inéditas de participación del pueblo, es decir, los habitantes serían parte de las decisiones constitucionales. Luego de dar a conocer sus intenciones de realizar un proyecto de ley, donde se pondría en tela de juicio la propuesta de sumar una cuarta urna en las próximas elecciones generales para lograr su cometido, despertó fugazmente la ira de la oposición.
Los sectores que estaban en contra de Mel Zelaya son los que no fueron beneficiados por las políticas que implementó este último. En estos podemos reagrupar principalmente dos grupos: el primero responde a los sujetos que se enriquecieron deshonestamente, exportando los recursos del país y negociando con dirigentes de turno para callar a las masas y en el otro los autores materiales del hecho, donde se posicionan militares y políticos. Ambos lograron consumar el séptimo golpe de Estado de la República de Honduras, que por primera vez no era sustituido por un militar sino por un civil: Roberto Micheleti, el cual formaba parte del gobierno constitucional presidiendo el Congreso.
El cielo hondureño fue pintado por colores de barbarie, injusticia, violencia y un sin fin de cualidades que caracterizan fielmente a un gobierno de facto. Y ya a nadie pueden marear con el discurso de que no es más que un golpe constitucional, que los hechos fueron pertinentes ante la asechanza del presidente que quería perpetuarse en el poder, entregando el país al comunismo.
Ni bien estalló la bomba de la deslealtad, el verdadero pueblo hondureño, los legítimos dueños, los que viven el día a día y que habían sido resguardados por Zelaya, junto con multiplicidad de países y organismos luchadores por la democracia, entraron en cólera. Y ya se siente a flor de piel un período de la historia latinoamericana que va a tocar la herida, pero jamás volverá a desangrar.
Luego de vivir las más despampanantes peripecias, donde se ponen en escena los diferentes retornos fallidos del ex presidente y las masacres inmundas cometidas a todo el pueblo hondureño que sigue de pie y no descansa ante su agonía por justicia limpia, Zelaya pudo volver a su tierra querida. Este sufrió con desazón la congoja de ser deportado como un criminal, calumniado con las categorías más indignas y sobre todo llevando la mochila más pesada de su vida, que es el sufrimiento del lugar que lo vio nacer y consagrarse protector, y que ahora había vuelto a ver un túnel que no tenía salida al exterior, que apaleaba la desdicha de ser un país pobre, gobernado por un manojo de ricos mezquinos.
En este momento, con más represión, más terror, pero con la frente bien en alto, de una fe que desde la vuelta de Zelaya levantó la cabeza, los hondureños pelean por la democracia, por la libertad de uno de los hermanos latinoamericanos, que como todos han soportado las peores impertinencias por parte de mandatarios asesinos y enfermos de codicia. Están defendiendo a su presidente elegido que tuvo que entrar como malhechor a su propio país y resguardarse en el seno de la embajada brasileña.
Hoy no. Como dijo Evo Morales: “no estamos en tiempos de dictaduras”, ya sufrimos las consecuencias que ellas nos legaron y no vamos a volver a dejarnos castigar como fieras de corral.
Ahora las diferencias se solucionan hablando, de la mano de la ley, mitigando cualquier tipo de violencia y sobre todo conjuntamente gozando de la democracia que nos enriquece como personas, compartiendo los deseos de la mayoría.
Honduras continúa diciendo no. Los latinoamericanos decimos no a la mentira y la injusticia y queremos que la democracia no se escape nunca más.

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