sábado, 10 de octubre de 2009

El legado del siglo XX latinoamericano


Por estos momentos de la historia de nuestra América nos encontramos insertos en un sistema con terribles problemas como la pobreza, el analfabetismo, la marginalidad que nos generan una gran incertidumbre sobre nuestro porvenir. Pero frente a esto creíamos tener una certeza, que la violencia armada y los regímenes totalitarios de gobierno no volverían a hacerse presentes por estos lugares para tratar de "solucionar" los problemas que aquejan a nuestras naciones. Creíamos haber terminado y aniquilado a las "doctrinas de seguridad nacional". Pero esa certeza se desmoronó, cuando el 28 de junio de este año, en un territorio definido, Honduras, la derecha militar se hizo presente para derrocar a un gobierno democrático e implantar un gobierno de facto con Micheletti como cara visible. Frente a este acontecimiento que recorre todo el territorio americano, los gobiernos de los diferentes países se han solidarizado con aquel pueblo golpeado por este terrible suceso, el primer golpe de estado del XXI. Cuando creíamos haber superado esa terrorífica, cruel y sanguinaria etapa de la historia, la oligarquía conservadora vuelve a hacerse presente para recuperar el poder que el pueblo le ha quitado con sudor y mucha sangre derrama, pero con la libertad de pensamiento, acción y expresión como estandartes de lucha para recuperar lo que le pertenece, la dignidad y los derechos humanos.

Este suceso terrible que aqueja a la hermana nación hondureña nos afecta a todos, pero los gobiernos de los distintos países latinoamericanos, se han hermanado para solidarizarse con este pueblo, que es victima de la impunidad, de un pequeño grupo de individuos con una clara base conservadora y oligárquica. De esto surge un gran inconveniente que no es observable a simple vista y que les quita el sueño a los líderes políticos de los países vecinos. El problema es el siguiente, y me arriesgo a plantearlo, con la posibilidad de emitir un juicio que no es correcto. Si bien, Lula principalmente, y en menor medida los presidentes de toda la región se han solidarizado con Honduras y con su presidente legítimo, Zelaya, el problema que recorre sus conciencias es el miedo a no involucrarse demasiado por el temor a que este suceso, el del golpe de estado, haga despertar a esa derecha conservadora aparentemente dormida y el fenómeno se expanda hacia los demás territorios de América Latina. Ese gran fantasma, que había dejado de recorrer la vida de los pueblos americanos vuelve a ser protagonista de la historia. Cuando creíamos que ya lo habíamos aniquilado para siempre el miedo vuelve a invadir nuestras conciencias y las democracias de América vuelven a tambalear, encontrándose frágiles y propensas, no preparadas para enfrentar a su eterno enemigo, el totalitarismo y sus secuaces, los gobiernos de facto, las dictaduras, los ejércitos militares al frente del gobierno. Y con sus armas y estrategias para conservar el poder, la tortura, la muerte, el genocidio, la violencia y demás instrumentos que hacen que los derechos humanos y la libertad no tengan importancia.

El pueblo hondureño, ha sufrido durante toda su historia, la pena de ser un pueblo sometido por ese imperialismo que siempre le adjudicó el papel de esclavos. Primero fue Europa, luego Estados Unidos, pero ese pueblo se ha cansado de ser un títere al servicio del capitalismo, se ha cansado del maltrato, de la explotación, de vivir sometido a mandatos externos. Por esa causa, en este momento histórico y trascendental para sus vidas, ha salido a las calles a reclamar por sus derechos, a luchar por lo que les pertenece, a pelear por su país, por ese país que ya no quiere ser más una "tierra bananera", no quiere ser más ese país hecho por los capitales internacionales, la oligarquía conservadora y las empresas multinacionales. Ese pueblo quiere ser él mismo el hacedor de su destino, por eso ha salido a las calles y ha enfrentado al gobierno de facto, y se ha manifestado en contra de la ilegitimidad y la violencia. En este sentido, nosotros, los demás habitantes de América Latina, debemos asumir el compromiso, debemos hermanarnos para convertirnos, como el pueblo hondureño, en hacedores y fabricantes de nuestro propio destino.

Ese momento, es ahora, es el momento para dejar nuestro estado de reposo y actuar en consecuencia, para modificar esta realidad que amenaza a las democracias latinoamericanas, y transformarnos en protagonistas de nuestra historia. Reflexionar sobre qué es lo que queremos para nuestro futuro, es como suele decirse, el compromiso de esta hora.

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